sábado, 4 de julio de 2015

Performance Narrativa Instantánea, de Dora García, en la muestra "Experiencia Infinita". MALBA Marzo-Junio

Video institucional de la muestra aquí







Nota periodística original 
aquí

ARTE CONTEMPORANEO

Una platense se muestra en el Malba

La dramaturga Magdalena De Santo es performer en la nueva exposición del museo porteño, “Experiencia infinita”
 | 00:56
 Recomendar artículo Imprimir artículo
La dramaturga y periodista platense Magdalena De Santo es parte de una muestra nunca antes vista en el Malba, “en la que todas las piezas son situaciones construidas, instalaciones en vivo, representaciones y coreografías creadas en los primeros años del siglo XXI”, según cuentan desde el Museo de Arte Lationaméricano porteño. Es una exposición de obras en vivo que invita a reflexionar sobre los modos de vida y de aproximación al arte y al museo.
La idea de la exposición surge de una pregunta: ¿Puede existir un museo viviente, donde las piezas actúen, hablen, se muevan y vivan eternamente? Para Agustín Pérez Rubio, director Artístico del Malba y curador de la exhibición, “las piezas de `Experiencia infinita` tienen especialmente en cuenta la idea de lo vivo como obra y como parte de un tipo de obras que no solo se distribuyen en el tiempo, sino también en el espacio: la experiencia es como un viaje; las diferentes situaciones se suceden unas a otras”.
Se exhiben obras de ocho destacados artistas nacionales e internacionales: Allora & Calzadilla, Diego Bianchi, Elmgreen & Dragset, Dora García, Pierre Huyghe, Roman Ondák, Tino Sehgal, y Judi Werthein. La mayor parte de ellos exhiben por primera vez sus trabajos en Argentina.
De Santo pasa allí cuatro horas diarias. “Estoy en una de las performance, la de la española Dora García, que se llama `Narrativa instántanea`. Mi tarea es dar cuenta de lo que pasa en la sala. Los performers -otros dos y yo, en distintos turnos- escribimos en una computadora lo que vemos y y eso se proyecta en una pantalla. La idea es que el espectador reconozca que están hablando de sí. Los turnos son de cuatro horas, o sea, que voy a estar escribiendo el acontecer durante cuatro horas seguidas durante tres meses. Creo que va a ser intenso”, describe.
“Estamos en la sala, vacía, blanca, la gente entra a la muestra y ve la pantalla, que no es pantalla; es la pared con una proyección de algo escrito. La gente lee y yo ahí, medio discretamente sigo escribiendo. Soy como un detective, un oficinista de museo, un alguien que relata lo que hace la gente al ver la pantalla: `Mujer morocha entra y mira pasmada, parece platense porque lleva bajo el brazo un diario local`”, dice como ejemplo.
MIRADA IMPERSONAL
“La idea es que sea impersonal -agrega la escritora-, no puedo hablar mucho de mí. Es entre una crónica, relato, tiene que armarse un lindo texto. Es más bien descriptivo. Pero bueno, me da vértigo porque al ser performance, todo sucede ahí, en vivo. Nunca escribí cuatro horas sin parar en un museo. Es una experiencia única, pero me gusta, porque en general los escritores cuando escribimos lo hacemos como un momento `privado`. Y lo que se ven son los resultados; en cambio acá, está todo a la vista. Es un dispositivo vivo. El objeto a describir interactúa, yo estoy ahí también para ser objeto, y eso me va ir modificando. Me va ir modificando y va ir modificando el relato”.
En las demás salas, otros performers -bailarines, actores-, muestran otras experiencias, son “obras vivientes” del resto de los artistas que participan de la exposición.
La reflexión sobre la relación tiempo / trabajo está implícita en toda la muestra. Las obras seleccionadas reflejan sus modos históricos de visualización en un loop, en un reloj, en una narración interminable.
El proceso cobra igual o mayor importancia que el resultado de la obra, que en el caso de estas piezas consiste en la materialización de una acción, cuya duración coincide con la del tiempo de la exposición. “El tiempo y sus procesos realizan la obra, son la obra, junto a las reacciones del público, sus preguntas y sus acciones”, destaca Pérez Rubio de esta muestra que permanecerá abierta hasta fines de junio en el museo de Av. Figueroa Alcorta 3415.

"Pensé que me ahogaba pero estaba yendo más profundo" CASA BRANDON 2015














Eduardo, la pelopincho funciones 2015





 Aquí TRAILER DE EDUARDO; LA PELOPINCHO




diseño escenográfico
 







NOTA EN LAS 12. Página 12: "Esa molesta musiquita"
las12
JUEVES, 30 DE ABRIL DE 2015
ESCENAS

Esa molesta musiquita

Ir más allá de la literalidad para abordar una multiplicidad de problemáticas del mundo aparentemente adulto, y femenino, es la propuesta de Eduardo, la pelopincho.

 Por Carolina Selicki Acevedo
Braseamos entre biopolítica, lingüística, feminismo, psicología a partir de un conflicto que se presenta desde un comienzo como banal: el robo de una pileta Pelopincho, regalo de Reyes para la pequeña de un matrimonio en vías de extinción, el de Gabriela (Yaiza Conti Ferreyra) y Eduardo (Laureano Lozano), aunque este último no quiera resignar el vínculo. Entre sobras de la fiesta de Año Nuevo, el calor agobiante de enero en la ciudad, una mudanza, la terraza de un ph en un barrio venido a menos, el tereré y el pedido de una niña que resuena como eco, la paciencia de Gabriela parece agotarse, como su cuerpo. Hace días que no para de sangrar. Mientras, su ex marido se le instala, junto a su madre (Cecilia Sgariglia) y sus libros bajo el brazo. Hoy él está en las antípodas de quien ella se enamoró y su única familia son sus dos amigas, Manuela (Eleonora Schajnovich) y Laurita (Belén Briquet). El elenco, casi caricaturesco, logra cortar con el dramatismo de la trama: la enfermedad, la muerte, la discriminación, el maltrato, lxs hijxs rehenes de los padres y la exclusión mercantilista, que sumado a su abordaje de género recrudece los textos al ser dichos y apropiados por los personajes.
Entre lo que se puede destacar de las decisiones de Magdalena De Santo para lograr una obra rupturista –ganadora del 2° Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia, 2011– es que quien traiga todo el tiempo a colación los conceptos teóricos, incluso los más feministas, sea Eduardo, aunque desde el cinismo, “para exponer la manipulación que suele haber de quienes detentan los conocimientos”. Aclara y completa el actor: “Lo interesante de que sea el portavoz de la crítica a las cuestiones prototípicas es que justamente no es ejemplo de nada. Exigimos a quienes cumplen roles de denuncia o critica que ‘prediquen con el ejemplo’ restándole la importancia a sus denuncias. Seguimos construyendo héroes y cuesta distinguir un hecho de un contexto. Que él sea de una manera y piense de otra hace que el personaje se asemeje más a un ciudadano real”.
Muchos son los ejes abordados en la obra, pero hay uno que merece especial atención; la niña encerrada en el gabinete de gas, quien suma tensión a la tensión ya reinante. “El corazón mítico, como señala Kartun, con quien me he formado, es la niñez, más precisamente el infanticidio o cómo los adultos abandonan y dirimen sus conflictos a través de los más indefensos, en este caso la niña, aunque no haya una muerte explicitada”, aclara Magdalena, que se ha formado en filosofía y periodismo también, y agrega: “El único momento donde aparece la voz de la niña es en la carta a los Reyes Magos. A su vez, el machismo también se cuela en los papeles femeninos, hay un hacerse cargo de las contradicciones del propio discurso”.
Todo sucede en exceso, de modo grotesco y dentro de una gran lona celeste, que como señala su directora “evoca lo nacional, los ’90, lo marginal, pero también puede tornarse atemporal, con discusiones necesariamente vigentes, con una pulsión en la escritura que intento se traslade a la puesta, a los actores”. Y deberíamos agregar, al público. De a poco suena una musiquita, la cumbia villera es el lenguaje mediador con lxs que estamos en las butacas, y se torna inevitable pensar en su constante uso en las clases altas y no tan altas como vínculo con esa alteridad todavía temida. Quizás el vínculo nunca se haya pretendido, algo con lo que esta obra claramente discute, en un estallido frente a los ojos.
Eduardo, la pelopincho. Sábados 23 hs. en El Estepario teatro, Medrano 484. Entradas: $ 120. Reservas: alternativateatral.com.ar


La naranja se pasea. 3 de julio 2015

soy
VIERNES, 3 DE JULIO DE 2015
SERIE ONLINE

LA NARANJA SE PASEA 

De la sala al comedor, de lo correcto a lo correctísimo. La tercera temporada de la serie Orange is the New Black sacrifica originalidad y erotismo por un cumplimiento prolijo de la agenda progresista. 
Mientras que en las dos primeras temporadas los cruces entre personajes, grupos racializados y chuchas ardientes eran el corazón de la narrativa, en la tercera temporada de Orange is the New Black nos encontramos con una versión más preocupada por el mensaje positivo de las representaciones de mujeres y la misoginia estructural del sistema. Este año, la tan aclamada serie parece intentar salir de cierta parodia y estereotipos para abocarse a temas “serios”. La agenda feminista pudo haber llegado a Netflix, y con ello no sólo la visibilidad lésbica –aunque esta temporada tiene muy poquito erotismo– sino también la politización de la transfobia, la maternidad, la violación, la adopción, lo oneroso de sostener cuerpos menstruantes y gestantes para el Estado, y el chantaje de esa institución penitenciaria de baja seguridad como es Litchfield, con todas las aristas de la corrupción, explotación y precarización laboral.
Las representaciones televisivas están sujetas a su audiencia y las lógicas de rentabilidad –mucho más que la literatura o el cine– se exhiben siempre sometidas a intensa vigilancia y amordazante censura. Antes de Ellen DeGeneres, las series televisivas identificadas con lo lésbico parecían no tener un público devoto y por lo tanto no llegaban a la pantalla chica. Pero con la llegada de L Word el nicho de mercado se hizo evidente y los viejas invisibilizaciones se tradujeron en una agenda de “representaciones positivas” de tortas –contrariando a las dinosaurias representaciones en las que había que adivinar o siempre triunfaba el amor hétero–. No obstante, de tan positivas, las imágenes de lesbianas se volvieron normalizantes: por lo exitosas, flacas, lindas y guitudas que resultaban. Hasta que llegó OITNB y apostó a un plano más crítico.
En esta temporada, las disputas interpersonales no están en el centro, sino los problemas sociales que las circundan tanto antes como durante el encierro. La sexualidad no se presenta como una subcultura autónoma –las mujeres desean y sus objetos varían según la situación: hay lesbianas (trans y cis) bisexuales, heteroflexibles, héteros, asexuales, vírgenes)–. La violencia sexual se vuelve uno de los problemas que, basado en un ordenamiento desigual, no encuentra solución: la venganza no se concreta y por lo tanto sigue una desalentadora perpetración. La maternidad y la búsqueda por dar otro destino a un feto por nacer se convierte en irremediable vulnerabilidad socioeconómica.
También el tratamiento de la transfobia parece correcto. El personaje trans no es la reencarnación heroica de ninguna revolución ni la mártir de la novela. Sophia (Laverne Cox, primera transexual nominada a un Grammy) se manda una bastante cuestionable. El tema es que la única salida para su conflicto es que tanto las reclusas como los responsables de la prisión de Litchfield la condenan por trans. Después del incidente, le pegan unas hispanas que se enganchan en la ola transfóbica. Sophie, al intentar defenderse, es tratada como hombre y cuando cambia la estrategia y pide protección se le devuelve transfobia institucionalizada: el antídoto “por su bien” es su propio aislamiento. En ese sentido, el rol de las corporaciones friendly presidiarias está bajo la mira, que con toda la buena onda te recortan el presupuesto, con sonrisa te dan comida de perro, te hacen laburar en talleres textiles clandestinos y con simpatía logran que el poder se endurezca.
¿Pero por qué más de una no se enganchó con esta temporada si abraza en buenas partes nuestros ideales? ¿Perdió algo de disidente?
–Efectivamente, desde el momento en que se ve la serie en función de su “agenda” es más difícil dejarse atrapar, sobre todo cuando el contrapeso de la crítica social es una supuesta solidaridad de mujeres felices, con un montón de amistades improbables, escritoras amadas, clases de teatro sanadoras y guías espirituales de bondad. Y aquí lo que se actualiza es el imperativo de imagen positiva, casi utópico, sumado a la imperiosa necesidad de las bellezas hegemónicas: Stella (Ruby Rose, la nueva Angelina Jolie de las tortas, VJ de MTV, la cara de Maybelle Australia, la prometida de la diseñadora de modas Phoebe Dahl) ostenta y posa su cuerpo desnudo rapidito. Así, su desentonada presencia de perfección desplaza a la otra belleza menos tatuada, Alex (Laura Prepon) y garantiza que todas se mojen la bombacha. OITNB pone caras bonitas al servicio del paki-consumo y funciona. El video de la modelo “Break free” se reprodujo más de seis millones de veces y ahora miles de heterosexuales manifiestan que quieren ser lesbianas por unos labios carnosos. Así, el tan cuidado casting se convierte en una disputa de lindas para sobrevivir en la exposición televisiva. Y la protagonista, Piper Chapman (Taylor Schilling), depredadora de las hermosas, en un arco dramático demasiado veloz, se convierte en una comerciante manipuladora, autoritaria y explotadora hasta de quienes aman. Cualquier semejanza con la fórmula exitosa Break in Bad es pura coincidencia.
El matrimonio igualitario se legalizó este año, mientras que fueron lxs yanquis quienes crearon la imagen planetaria lgbtiq desde hace muchísimo. Esta brecha entre política mayúscula y micropolítica es sospechosa. ¿En Casa Blanca cuchillo de arcoiris? No sé, lo que se constata es que la industria cultural reparte colonialismo cognitivo y nosotras nos tragamos la orange.