jueves, 31 de julio de 2014

Cuando una mano no lava la otra. Nota 25 de Julio 2014

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VIERNES, 25 DE JULIO DE 2014

CUANDO UNA MANO NO LAVA LA OTRA

Las últimas atrocidades en la Franja de Gaza avivaron las discusiones en la comunidad LGBT sobre el fenómeno denominado pink washing. Se habla de “lavado rosa” cuando los logros en derechos sexuales son presentados por algunos Estados para blanquear sus políticas colonialistas. Mientras algunxs se muestran funcionales al estado de violencia, otrxs denuncian el uso de derechos LGBT en Israel para maquillar la sangrienta política con los palestinos.
 Por Magdalena De Santo
Un joven gay palestino bien apuesto aprieta el gatillo de su cinturón de explosivos frente al bar de las tortas amigas. La bomba estalla bajo su camisa antes de que su amor judío logre abrazarlo. Dos cuerpos homosexuales yacen tapados por una sábana celeste y una luz de ambulancia que titila sobre la unión que sólo pudo ser por un rato en Tel Aviv, en alguna playa de turismo gay friendly. La escena final de La burbuja (2006) parece esbozar algunas de las complejidades de un conflicto, que ojalá fuera sólo ficcional.
Una reciente columna de opinión en The Advocate (una de las revistas norteamericanas más famosas del mundo gay) se titula “¿Por qué las personas LGBT del mundo necesitan de Israel?”. Allí, James Duke, su autor, postula que “Israel tiene un historial más progresista en materia de derechos de los homosexuales que incluso los Estados Unidos” —oh, qué comparación ingenua—, “Israel hizo consensual legal de sexo gay en 1988, a pesar de que las leyes de sodomía no habían sido ejecutadas desde 1963. Se prohíbe la discriminación basada en la orientación sexual en 1992. Fue el primer país, en 1994, en el continente asiático en reconocer uniones del mismo sexo. Se hizo legal para los homosexuales servir en el ejército en 2000. Y la mayoría de los israelíes, según las últimas ENCUESTAS, apoyan el matrimonio homosexual. La ciudad capital, Tel Aviv, es considerada la meca gay, donde ahora están construyendo un monumento en memoria de las personas lgbt que fueron perseguidos bajo el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso, tenemos que hacer todo lo posible para proteger a Israel y ser solidarios en todo lo que se pueda. No sólo es en nuestro interés, Israel se lo merece después de todo lo que ha hecho por nosotros”. Tel Aviv será la meca cultural lgbt, será la San Francisco de Medio Oriente, pero ¿por eso tendríamos que defender cualquier política que lleve adelante el Estado de Israel? ¿El hecho de que el Estado de Israel “proteja” a una comunidad le da legitimidad para aniquilar a otra? ¿Quién dictamina que un grupo humano es menos valioso que otro? ¿Acaso porque los palestinos no avanzaron en materia de derechos lgbt habría más razones para borrarlos literalmente del mapa?
Que el liberalismo exacerba la adquisición de derechos particulares no es novedad, lo que llama la atención son algunas omisiones entre tanto legalismo.
La historia de enemistad entre palestinos y judíos es complejísima —aunque no milenaria— y se desarrolla dentro de lógicas conocidas para nosotrxs: coloniales. Comienza con la promesa británica —la culpa europea— de un hogar nacional para los judíos en los albores del siglo pasado. Sin embargo, ese suelo prometido no era desierto, sino el hogar de miles de árabes. Con mediaciones de la ONU, Israel logra la consagración como país independiente en 1948 y con ello la catástrofe: 750 mil palestinos expulsados de sus casas y refugiados en Líbano, Siria y Gaza. Aun así, Israel sigue ensanchando sus fronteras de manera ilícita por décadas. El derecho internacional no duda de que la ocupación de Jerusalén y los Altos de Golán es ilegal. Que todos sus asentamientos lo son: fueron ocupaciones militarizadas. Israel en pocos años se convierte en el Estado con mayor número de resoluciones condenatorias del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (más que el resto de los países juntos). También, el mayor receptor de financiamiento norteamericano —tres mil millones al año—.

MAKE UP

Pantalla de humo vía Facebook: de espaldas dos varones de buena percha y uniforme se toman de la mano, mientras el sol parece darles la bienvenida al paraíso. Esta fue la foto publicada en las redes sociales de las Fuerzas de Defensa Israelí el año pasado en conmemoración de Stonewall, bajo la leyenda “En el mes del orgullo, ¿sabías que las fuerzas de defensa de Israel tratan a todos sus soldados de igual manera? Veamos cuántas veces logras compartir esta foto”. ¿Es para celebrarlo? ¿Vale la pena asimilar derechos en tanto el precio es la muerte de otrxs tantxs?
Felipe Rivas —activista chileno de la CUDS— comenta: “El derecho a acceder a las Fuerzas Armadas para todos los ciudadanos de un país sólo es posible de ser deseado como derecho, en una matriz cultural basada en el militarismo, el Estado nacional y la guerra”. Y si Israel asimiló tan bien a sus ciudadanos lgbt y logró incorporar más personas en sus filas, ello no sólo parece reforzar su maquinaria belicosa lavando su propia misoginia, homo-bifobia y transfobia nacional, sino que le permite posicionarse internacionalmente en el podio de las buenas naciones occidentalizadas de DD.HH. El barómetro internacional considera como criterio de “calidad de ciudadanía” la inclusión de las minorías sexuales a sus instituciones. No parece ponerse en cuestión a qué clase de instituciones nos incluyan ni con qué propósitos, no importa si las instituciones son nefastas, sólo que muchos rostros diversos estén para la foto.
Norman Finkelstein sostiene que el gobierno israelí, para conseguir legitimidad de su masacre, utiliza una retórica sufriente en la que holocausto nazi opera de capital moral. Otra, la que nos toca el culo directamente, es alegre y orgullosa. Muchxs activistas sostienen que Israel comercializa con las causas lgbt y utiliza al colectivo con fines coloniales. La destrucción de tierras y cuerpos palestinos a través de la promoción de la “igualdad de los homosexuales” como característica definitiva del proyecto de derechos humanos de Israel se llama pinkwashing. No hay orgullo en este lavado de cara rosado sino una misión civilizadora: racializar y demonizar a lxs palestinxs.

NO EN MI NOMBRE

El movimiento BDS internacional (Boicot, Desinversión y Sanciones) es uno de los mayores luchadores contra el pinkwatching y tiene tres simples demandas: 1) el fin de la ocupación y el desmantelamiento del Muro del Apartheid, 2) la igualdad de derechos para todos los palestinos dentro de Israel, y 3) el derecho al retorno de todos los refugiados palestinos. Según Judith Butler, BDS “es el mayor movimiento no violento cívico y político que trata de establecer la igualdad y los derechos de autodeterminación para los palestinos”.
El sitio pinkwatching israel (www.pinkwatchingisrael.com) ofrece información de lxs activistas que resisten y denuncian el uso cínico de los derechos homosexuales para distraer y normalizar la ocupación israelí. Allí, activistas palestinos e internacionales sostienen que “para lograr una sólida política queer radical tiene que existir intrínsecamente una política anti-racista, anti-ocupación, anti-sexista y anti-clasista”. Igualmente, el Foro mundial Palestina Libre aspira a establecer un vínculo inexorable entre el activismo homosexual y la lucha por la liberación de Palestina construyendo discursos y prácticas activistas que no se separen de las luchas contra el colonialismo, el racismo y el neoliberalismo.
No hay dos demonios. Ni todos los palestinos son víctimas ni todos los judíos están ligados genuinamente al Estado de Israel. Tampoco al criticar ciertas facciones judías extremas uno se vuelve antisemita. Menos aún, pertenecer a un minoría sexual nos libera de responsabilidad. Además de identidades personales tenemos un mundo de guerras injustas, de duelos silenciosos y cuerpos arrumbados. Pero también un historial de lucha colectiva contra la opresión que no deberíamos dejar que se use para matar.

viernes, 11 de julio de 2014

artículo para degenerando, 26 de mayo 2014

                                                                  ¿Un super de amor?

                                                                                                                                                                                                                                         ¿Un super de amor?[1]
Magdalena De Santo
UNLP
Me invitaron a participar de esta mesa porque el 14 de febrero se publicó mi artículo “Sacarle jugo
al amor” en el suplemento Soy de Página/12. Esto es lo primero que quiero aclarar: soy egresada de
filosofía en la UNLP, me entró el feminismo por la cabeza, el lesbianismo al corazón y mis textos
del suplemento lgbt al bolsillo. Las investigaciones o textos que produzco para el suplemento SOY
no todos corresponden a mi propia lucha y respecto del tema que nos convoca, lo primero que
quiero decir es no soy activista del poliamor. Tuve experiencias no monogámicas, me interpela el
tema directamente, pero sigo cuestionando este ideal en particular nacido en los ´90 en
Norteamérica que muchas personas hoy, en estas latitudes, localizan y abrazan. Lo advierto porque
hay gente muy piola que lo lleva adelante y quizá sus voces aquí no están. Además porque con el
artículo se levantó mucho revuelo; no sólo es el motivo por el que me convocaron al Degenerando,
también me llamaron de distintas radios para que, finalmente, de explicaciones sobre una modalidad
de vida que no es la propia. Incluso me generó una crisis interpersonal con que la chica con la que
recién comenzaba a salir porque parecía que yo era la abanderada del amor sin jerarquías. Y nada
que ver. Soy muy crítica. Sólo que, por política editorial, algunos de los puntos más conflictivos que
sostuve en aquel entonces se desestimaron. Y justamente, porque hoy se me brinda la oportunidad
de seguir abriendo problemas –cuestión que con el artículo no pude- decidí exponer algunos
interrogantes que se me despiertan a partir del activismo en grupos minoritarios en los que
circulamos feministas, lesbianas, bisexuales, queer, trans y demás degeneradas.
Primera cosa. Una cosa es disputar los ideales del amor romántico –lo cual es absolutamente
necesario para las criadas mujeres-; otra cosa es llevar una relación no monogámica y otra distinta
es el poliamor.
Dianna Maffia seguramente tendrá una lectura muy interesante respecto de lo mal que nos ha hecho
el cuentito rosado del amor. Pasivas, sujetas del espacio doméstico, desgarradas de nuestras
potencias, solas, compitiendo con otras mujeres por la mirada del varón autorizado, por el galán,
urgidas por la reproducción como si lxs hijxs resultaran fuerzas de trabajo criadas en el silencio.
Aguantadoras de varias violencias por retener a toda costa aquello que supuestamente nos completa,
muchas mujeres corren detrás de la media naranja que casi siempre está podrida como la manzana
de la bruja. La Historia de la Filosofía ha hecho lo propio, y si bien la generación de mi mamá paró
bastante la moto con este tema de la reducción personal a objeto de deseo -el legado de ella para mí
no fue la realización en pareja, sino ser una sujeta plena que desarrolle profundamente todas sus
capacidades intelectuales y artísticas- no es la única que me educó: las instituciones calaron hondo y
hoy se sofisticaron la introyección de ciertos mandatos. Gracias Platón por tu banquete.
Recuerdo un laburo que hicimos para Extensión Universitaria con unas compañeras. Dábamos
talleres en un refugio de mujeres golpeadas y abusadas por sus parejas varones –se llaman refugios,
no viene al caso que me explaye aquí de las malas condiciones en las vivían, ni la transa entre la
ONG y la Municipalidad de la Plata que se costeaba en el dolor y precariedad de esas mujeres y
niñxs-; lo pertinente del caso es que una vez trabajamos con la consigna “si te pega no te quiere”
que fue rápidamente rechazada incluso por algunas de nuestras compañeras de la Universidad.
Ninguna estaba dispuesta a asumir el desamor como clave para empoderarse: argüían amores
enfermos o distintas variaciones devaluadas del querer pero insistían en dibujar corazones. Esta
experiencia fue clave. Entendí –no sólo intelectualmente- cómo en nombre del amor se pueden
auto-legitimar distintas atrocidades -los feminicidios, o mal llamados crímenes pasionales, son el
caso extremo de una continua cadena de violencias. Y además interioricé y asumí la potencia del no
amor. Que no te aman, que efectivamente no queres continuar el embarazo, que no querés los
zapatos que te intenta regalar -porque el don, cuando necesitas realmente algo te posiciona en un
lugar de deuda y sometimiento- es hoy para mí una pauta existencial. Se trata del ejercicio de decir
“no” a los supuestos consentimientos que otorgamos de manera naturalizada. Sonrisa -mueca
histórica de las feminizadas convertido en acto reflejo- o mirada gacha no vehiculizan ese “no” que
muchas veces nos llena de culpa. En este sentido, el desamor, como marca de legibilidad romántica
de nuestra existencia, me parece una fuente concreta de libertad.
Ahora bien, la utopía del amor libre en plena alianza con la mercantilización capitalista y el
atomismo liberal complejiza, a mi criterio, algunos problemas a la hora de decir “no”. Y de esto es
un poco de lo que quiero hablar acá: del lado oscuro de las nuevas prerrogativas afectivas bien que
pueden también violentar y/o banalizar muchas de nuestras pasiones. Más aún, quiero animarme a
preguntar si algunos intentos y reconfiguraciones de lazos de amor, en la práctica, pueden
reproducir las mismas opresiones históricas con los destellos de un capitalismo avanzado que en las
sombras todo lo absorbe y cuyo gran logro es subsumir, explotar y hacer propia toda diferencia. No
voy a opinar sobre las parejas no monogámicas que estipulan y reconfiguran acuerdos según su
propio proceso, sino sobre el ideal del poliamor. Quizá estoy hablando para unas pocas que se
animan a salir de la mono-norma y transitar nuevas redes sexo-afectivas de manera crítica y
consciente, pero quiero atender este punto ya que los imperativos de militancia muchas veces,
aunque tengan buenas intencionan, también coercionan. Muchas amigas -y yo misma- sufrimos por
esta suerte de disociación entre ideales revolucionarios y sentimientos anquilosados. Y de esto
quiero hacer mención, de las nuevas normas que nos instituimos y nos vuelven a arrojar a la
inmovilidad, a la confusión, a aceptar cualquier cosa, porque en algunos contextos –poquísimos, lo
se- el poliamor es la única opción existente de llevar una vida sexuada.
Dentro de algunos contextos crítico-militantes en los que he circulado, la mayor objeción a la
monogamia es su implícita alianza con el capitalismo. Esto es, que los sentimientos de apego,
posesión y celos están vinculados al afán de propiedad privada. Ello se traduce en que los
sentimientos de codicia y acaparamiento del ser amado resultan vehículos formidables para exigir la
exclusividad sexual. En esta ecuación, lo que se rechaza, es la equivalencia entre mercancía y
personas. Con esta objeción, el poliamor aspira a sostener varios lazos de amor sexuado
simultáneamente con pleno consentimiento de las y los miembros, erradicar los celos del corazón y
aprender compartir las distintas relaciones de amor. Así es que algunas personas poliamorosas
rechazan la idea de un vínculo prioritario, o una pareja, y entienden el amor sexual como algo
igualitario, que no debería jerarquizarse. De lo que se trata es de cuidar de la misma manera a todos
los afectos. Sin embargo, el capitalismo siempre opera en coyuntura, y no se puede analizar las
prácticas afectivas desconsiderando otros ejes de poder como la clase social, la raza, el género, entre
otras. Entonces, ¿quiénes tienen las condiciones dadas para poliamar?
La dependencia afectiva, la vulnerabilidad ante la persona amada y las distintas lógicas que se
producen en los vínculos apasionados no son mono-causales. La idea de poliamor, de generar una
red sexo-afectiva de cuidados y sin jerarquías afectivas parece desconocer el orden inefable e
inexplicable del deseo. La idea de no jerarquía es uno de los puntos que más ruido me hace
justamente porque los sentimientos oceánicos tienen ese plus de querer pasar el tiempo, la vida, con
alguien(es) en particular. En la atracción y enamoramiento una prioriza y vela por quienes ama. En
esta línea me pregunto si no es demasiado transparente y voluntarista creer que una se puede
desapegar del sujeto amado. Por ejemplo, muchas teorías psi logran explicar la tendencia a la
sujeción y al apego. La niña o niño ama a quien le provee calor y alimento, no realiza juicios de
valor ni discrimina entre quienes ama y depende. La niña o niño no sabe a qué se está vinculando,
sólo se vincula en pos de su supervivencia y el arrullo que la/o calme. (Este es un hecho
fundamental que los abusadores de niñas y niños aprovechan, sobre todo si su abusador es cercano
y ejerce algún tipo cuidado sobre la víctima). Con esto no quiero decir que las teorías psi tienen la
pauta liberatoria, sólo reparo en el hecho de que los sentimientos de apego y necesidad son bien
complejos y no es justo suponer la fórmula de que por estar con varias personas sexual y
afectivamente vinculada, una irremediablemente se convierte en una persona disidente.
En otro orden de cosas, en el plano de la praxis militante ha visto cómo el poliamor puede provocar
el cerramiento de los grupos y la consecuente expulsión de lxs miembros que eligen una única
relación. Pruebas de poliamor muchas veces son las puertas de entrada a un grupo y dar cierto
status de disidencia efectiva. Y esto, para la militancia, es grave. El enguettamiento, y/o endogamia
excluyente produce no sólo la uniformización de sus integrantes, sino sentimientos de inseguridad,
de querer pertenecer, y hacer cualquier cosa por ser aceptadas o que nos amen, esta vez, un grupo.
Cualquier prescripción en el orden sexual es peligrosa y la vigilancia interna o policial en el
activismo está siendo moneda corriente arrasando los procesos subjetivos de cada quién.
Además, la desigualdad material y simbólica entre sujetos sigue existiendo al interior de la
militancia, y es plausible que ciertos privilegios sirvan para atesorar pasiones. El peligro es
volverse una coleccionista de relaciones y construir una vitrina de trofeos de amores expuestos. La
economía libidinal basada en la compulsión a tener y a no renunciar a nada, al querer más, retorna a
cuál womberang con la imagen de un hipermayorista con miles de mercancías a disposición. La
lógica de escasees y privación está al servicio de este sistema capitalista que nos envuelve y nos
empuja a querer siempre más. Y por ello me pregunto si este tipo de prerrogativas hoy en día no
puede resultar un acontecimiento social propio de la acumulación de cuerpos y experiencias
descartables que alimentan el ego absolutamente liberal. ¿Acaso optar por renunciar a esa
compulsión que nos empuja a tener siempre cada vez más no puede ser entendido también como
anticapitalista?
[1] Artículo escrito para el encuentro Degenerando, Facultad de Económicas, UBA, Bs. As., Mayo
2014

De culo al mundial, entrevista a L. Colling, 11 de Julio

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VIERNES, 11 DE JULIO DE 2014

De culo al mundial

Ahora que Brasil quedó afuera del Mundial, se puede hablar de otra cosa. Leandro Colling, doctor por la Universidad Federal de Bahía, coordina el proyecto de investigación de Cultura y Sexualidad, CUS, que en portugués significa “culo”. Con ese concepto como divisa analiza con SOY la situación en Brasil.
 Por Magdalena De Santo
En Brasilia, el culo redondo de Higuaín se mantiene sostenido por la mano firme de Mascherano que lo eleva por los aires. Mientras tanto, en Bahía un grupo de investigación en el seno de la Universidad Federal se abre de cantos y se afirma con un nombre polémico: CUS –en portugués culo–, siglas que abrevian la investigación en Cultura y Sexualidad del colectivo fundado en el 2007 que coordina Leandro Colling.

Culocultura

Evidentemente, si la palabra “culo” se mantiene impresa en los formularios de acreditación académica, algo parece indicar que la transformación cultural, al menos, en la universidad brasileña está empezando. En efecto: “Hay un verdadero boom de estas temáticas. A los encuentros o congresos de diversidad sexual van quinientas o mil personas. Esto se debe a que hay una verdadera ampliación de la universidad que se observa en el ingreso de personas lesbianas, gay y trans”, continúa Leandro Colling. La misma integración estaría ocurriendo con el fenómeno mundialista. “La Copa del Mundo no fue el desastre que algunos habían anunciado. Las protestas fueron mucho más pequeñas de lo imaginado. La comunidad lgbt aprovecha el Mundial, en cierta medida, al igual que el resto de la población, a pesar de que el fútbol sea visto como exclusivamente heterosexual, lo cual no es cierto. Gays, lesbianas y trans van a los estadios y, en particular, disfrutan de las fiestas en las calles del país.”
Sin embargo, aun cuando el reconocimiento de nuestras identidades empieza a esbozarse, la homofobia persiste. De eso da cuenta el alto número de crímenes de odio que tiene Brasil. En esta coyuntura, Colling no considera suficiente –aunque sí necesaria– la transformación legal. “Encuentro que actualmente el desafío para erradicar la homofobia, lesbofobia, transfobia se presenta desde el plano de la cultura. No bastan las leyes, ni combatir la opresión institucional, sino que parece necesaria una transformación cultural. Y el activismo de disidencia sexual es muy productivo para pensar las opresiones del campo cultural. No solamente porque trabajan con productos culturales como el cine y la literatura, sino porque trabajan con acciones directas en la calle, de confrontación con el pensamiento habitual de las personas que produce debate y reflexión.”

¿Qué tipo de acciones creés que pueden generar cambios culturales?

–Por ejemplo, tomando el activismo disidente de los últimos tiempos, en Chile, una bandera de la CUDS con un feto y la leyenda “el feto no es un ser humano”, o en Portugal, la acción de Las Panteras Rosas que pintaron de rojo un laboratorio porque la sangre de los gays no es incluida, me parecen acciones directas que impactan mucho sobre la subjetividad de las personas. Esto hoy lo encuentro muy importante.

¿Y qué eficacia política tiene ese tipo de intervenciones?

–Una acusación común a los estudios queer es que sólo sirven para pensar la cultura pero que no tienen incidencia en la política estatal. Yo no acuerdo en nada con esto.

Por eso pregunto ¿cómo afecta una perspectiva queer sobre la política estatal?

–Por ejemplo, que el culo sea tratado como órgano sexual por los profesionales de la salud es una necesidad que provino de los estudios queer. Esta política sexual no sólo es micropolítica, sino que se traduce en una macropolítica: se espera que el culo ya no sea considerado por la institución médica como órgano excretor, siendo que para muchas personas es el principal órgano sexual.

¿Vos te inclinás por acciones más bien pequeñas más que por cambios legales?

–Hay que entender que la micropolítica no es una cosa pequeña. Deleuze y Guattari lo dicen claro, no se trata de un impacto sobre una o dos personas, sino que es “micro” porque impacta en la subjetividad de las personas. En ese sentido se habla de “micro”, porque toca directamente a la singularidad de todxs lxs participantes.

Y yendo al nivel macro, de la política con mayúscula. ¿Cómo son las leyes brasileñas para la población lgbt?

–El matrimonio sólo es posible mediante el fallo del Poder Judicial, no hay ley, ni ninguna ley antidiscriminación de género y diversidad sexual. Hay una ley muy dura contra el racismo, pero de diversidad, nada. Vivimos en un momento muy difícil para la diversidad. Existía un plan nacional para personas lgbt. Ahí se juntaban muchísimas personas en Brasilia para definir políticas públicas que, lamentablemente, nunca se implementaron. Por ejemplo, Dilma quitó un proyecto de materiales didácticos contra la homofobia. Se detuvo porque lo acusaban de hacer “propaganda”. Y, sin embargo, era liviano, no representaba una verdadera disidencia. Pero por lo menos era algo... Esta decisión fue tomada por la presidenta bajo la presión que ejercen los diputados evangélicos del Congreso Nacional.

¿Eso se traduce concretamente en violencia física para nuestra comunidad?

–Sí, la Secretaría de Derechos Humanos de la República dejó disponibles las cifras: cada semana hay 5 o 6 personas asesinadas por crímenes de odio, sobre todo personas trans. El otro día un padre mató a su propio hijo porque no se comportaba como un verdadero hombre. Asesinó al chico por esto.

¿Entonces la tasa de crímenes de odio está en aumento simultáneamente con el boom de la temática lgbt en las universidades?

–Efectivamente, hay un verdadero aumento de la homofobia y gran parte del movimiento activista LGBT, vinculada con el partido del poder, no hace las denuncias suficientes. Esta es mi mayor crítica al activismo brasileño: están silenciando en gran medida lo que ocurre. Yo no conozco ninguna denuncia en las cortes internacionales por estos crímenes de odio, ni tampoco en la Corte Interamericana de DD.HH. (como fue el caso de la chica trans en Ecuador a la que se le negó su cambio en el documento por razones religiosas). Y la violencia religiosa está creciendo mucho.

Ya sabemos que los evangélicos patologizan la homosexualidad, pero en candomblé ¿cómo es?

–El candomblé es una religión en la que no hay Vaticano, no hay una doctrina, no hay una biblia. Esto hace que el candomblé sea muy diverso. No se puede decir “El candomblé es” porque sería muy totalizante. Es una religión organizada por casas y cada una es autónoma. No hay una estructura jerárquica entre las distintas casas, sí en el interior, porque cada casa tienen su mai o pai, que son las personas más importantes. Y hay casas donde la diversidad de género y sexual es muy respetada.

¿Hay personas abiertamente homosexuales que son mai o pai?

–Sí, sí, sí, ¡hay muchos! Hay casas donde la mayoría son personas trans. En los suburbios, sobre todo. Hay casas de Salvador en las que hay muchas travestis. Incluso hay un lenguaje específico de las travestis: el vocabulario que ellas usan muchas veces proviene del yorubá, que es la lengua hegemónica del candomblé, una lengua africana. Y, por ejemplo, para decir “ahí está la policía”, las chicas trans dicen “alibá”.

Jamaica y los abominables, entrevista a M. Tomilson, 4 de Julio

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VIERNES, 4 DE JULIO DE 2014

Jamaica y los abominables

Maurice Tomilinson, abogado activista amenazado de muerte en Jamaica, presentó la película Abominable Crime en el pasado Festival Asterisco. Tomados de la mano, él y su marido, Thomas Decker, un pastor protestante canadiense, hablaron en exclusiva con SOY acerca de la realidad de una isla que dista mortalmente de ser el oasis que el imaginario adorna con humito y rastas. Entender el trato que reciben los abominables pone en contexto las infelices palabras de Monseñor Aguer.
 Por Magdalena De Santo
Acá en el sur, les abominables estamos amparad*s por la ley, lamentó Monseñor Aguer hace unos días. Mientras tanto —probablemente para su alegría— en siete países se castiga la misma abominación con pena de muerte, y en otros setenta y ocho, la homosexualidad es considerada una actividad ilegal, un crimen. Jamaica está en la lista.
Lejos del imaginario del amor y el respeto, en el Caribe pega mucho menos el sol que la homofobia. La población lgbt jamaiquina no fuma porro semidesnuda frente al mar transparente, no canta en abrazo fraternal con los tres pajaritos de la mañana. Todo lo contrario, está asediada por la persecución legal y social. Se trata de una isla chica en la que es difícil pasar desapercibid*, un infierno grande en el que retumban disparos y alaridos entre mucha pobreza. La marginación lgbt en Jamaica comienza con el rechazo y expulsión del hogar familiar y puede terminar con viviendas en los caños bajo la lógica de la prostitución, tratamiento para enfermos, tras las rejas, en apedreo público avalado o, en el mejor de los casos, en una suerte de exilio político. En Jamaica, la homofobia es un continuum que se imprime tanto en los papeles constitucionales como en la fiestas callejeras.

Penado por la ley

El Código Civil jamaiquino describe a los homosexuales tal como chilló días atrás el señor Aguer: un crimen abominable. “La ley data de 1864, cuando todavía éramos colonia británica. Se sentencia a prisión y hasta a 10 años de trabajo forzado cualquier forma de intimidad entre hombres, aun si se toman las manos en la privacidad de su habitación”, explica Maurice Tomilinson. Lo peor de todo es que nadie nos protege. Desde luego, “la policía no investiga crímenes contra gays porque éstos ya son considerados criminales”, continúa Maurice Tomilinson.
El artículo 76 de la Ley de delitos contra personas juzga el sexo anal entre varones; a las mujeres directamente ni las nombra, aclara el abogado de sonrisa amplia. “El abominable crimen de la sodomía” juzga también los meros intentos de contraer sexo anal consentido y prohíbe cualquier “escándalo público entre hombres, ya sea en ámbitos públicos o privados”, según define contradictoriamente el artículo 79. En efecto, “el último arresto fue en 2005, cuando un policía espió por la ventana de una casa. Encontró a dos adultos, uno de 58 y otro de 60 años, teniendo algo de intimidad”.
Hubo un tiempo en el que ya nadie apelaba a este tipo de “faltas” y habían sido descartadas de facto, pero actualmente se las vuelve a invocar con fines abusivos por parte del aparato de seguridad, control y vigilancia civil. “La mayoría de las veces, la policía usa esta figura legal para extorsionar a las personas. Si ven a dos chicos juntos en la oscuridad van a tratar de pedirles una coima para no acusarlos. Y si ven a demasiados hombres yendo a una casa, el dueño te puede amenazar por hacer cosas ilegales y. de este modo, extorsionar.”

¿Cómo es tu historia, Maurice?

—Tuve que huir de Jamaica en el 2012 porque un diario jamaiquino publicó unas fotos no autorizadas de mi casamiento con Thomas. La boda fue en Canadá. Luego decidí volver a Jamaica para activar; para continuar con el trabajo que estaba haciendo, enseñando legislación, antidiscriminación, ayudando a los grupos a organizarse y documentar los abusos a los derechos humanos.

¿Se puede hacer activismo lgbt en un contexto legal tan restrictivo?

—Bueno, tenemos grupos underground y algunos espacios de DD.HH. que nos sirven de máscara para que nosotros podamos actuar. No se hace activismo de protesta sino legal, se actúa desde la política y la ley, ya que se aspira a la transformación legal.

¿Y a vos cómo te afecta tu visibilidad, corrés peligro?

—Como yo puedo irme, soy más visible. Ellos no saben cuándo estoy por ir. Tengo un chofer a mi disposición, caigo, hago lo que tengo que hacer y me vuelvo a ir. Aunque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hizo peticiones al gobierno para que me proteja, se desoyó completamente. Y sí, mi vida está en riesgo, tengo muchas amenazas de muerte.

¿En que trabajás actualmente?

—Estoy trabajando en casos que desafían la ley antisodomía en Jamaica y el Caribe, como abogado de Mundo sin sida. Uno de estos casos es contra los estados de Trinidad y de Belice, porque directamente no permiten la entrada de homosexuales en su territorio. La ley jamaiquina no es la peor del Caribe. En Trinidad, por ejemplo, la condena es a cadena perpetua. También estoy trabajando en un proyecto que se llama “La casa de Dwayne”. Dwayne era una adolescente trans de 16 años que fue asesinada el año pasado en una fiesta pública. Estaba en la calle, vestida como se autopercibía, y otra chica miembro de su propia iglesia la mató, la acuchilló. Luego le dispararon y le pasaron con el auto por arriba. Nadie identificó a l*s agresor*s.

¿La juventud corre mayor peligro?

—Uno de los grandes problemas es que los padres de la juventud lgtb expulsan a sus hij*s de la casa desde los 10 años, como a Dwayne, a causa de su orientación sexual. Estas personas son forzadas a irse a los suburbios, vivir en las calles, entre las cloacas, y a prostituirse como única salida laboral. Como reciben más dinero por sexo sin condón, el 90 por ciento de es*s jóvenes está infectado con VIH. El gobierno se negó a proveer un refugio para ell*s, entonces nosotros estamos tratando de forzarlo a que provea al menos un edificio: “La casa de Dwayne”.

No, mujer, no llores

“Hicimos una investigación que reveló que el 82 por ciento de los jamaiquinos se asume abiertamente homofóbico”, comenta Maurice. “Quisimos poner un anuncio de tolerancia en la TV y el canal nos respondió que no. Tienen miedo de poner un anuncio que aboga por los DD.HH. de los gays, ya que la policía los puede inculpar de promover una actividad ilegal.”
El problema no son sólo las leyes, sino sus derivaciones culturales. Por citar un caso, la música nacional vehiculiza, incita e incluso reclama crímenes de odio. El clásico sonido ragamuffin hoy se traduce en la emergencia musical de Buju Banton, uno de los cantantes actuales más famosos de Jamaica, que se deleita con la oda Bum Bay Bay, “dispárale al maricón”.
Según los entrevistados, la homofobia no era parte de la cultura jamaiquina, sino que fue reimpuesta por fundamentalistas norteamericanos. “Yo, hablando como no jamaiquino, cuando pienso en Jamaica tengo la imagen de Jamaica como era probablemente en los años ’60 y ’70. Cuando era una sociedad muy tolerante, con la imagen de Bob Marley, One Love, marihuana, todos cantando y bailando. Pero Jamaica capitaliza esa imagen para el turismo. Lo que pasó sobre todo hacia fines de los ’70 y ’80 fue la exportación de un nuevo fundamentalismo cristiano de los EE.UU. a Jamaica. El gobierno jamaiquino no reconoce ese aspecto que transformó su propia cultura; gasta millones de dólares en campañas y en una imagen que ya no es la verdadera de Jamaica”, argumenta Thomas, pastor protestante de la Comunidad Metropolitana canadiense y marido de Maurice.
Jamaica y toda la zona caribeña es un sector sumamente empobrecido, atravesado por el colonialismo y sometido a flagelos económicos y raciales de gran escala. Por supuesto, la homofobia no es exclusividad de ellos, pero es llamativamente pronunciada respecto de otras latitudes. Aquí un arzobispo podrá gritarnos abominables, pero cuando los contextos son más adversos estos dichos no sólo son injustos, sino que pueden ser literalmente mortales.

Arde orgullo, crónica 4 de julio

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VIERNES, 4 DE JULIO DE 2014
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Arde orgullo

Crónica de una celebración Stonewall local y platense
 Por Magdalena De Santo
Globos de colores cortan el boulevard donde habitualmente yiran las travas. Estamos frente al puticlub del fiolo que sale a cada rato a bardearnos. Porque el histórico Arde Closet platense cambió de lugar: en plena periferia reclama “basta de persecución policial”. A pasos de la plaza que inaugura el mondongo, una pasarela de tela agarrada con cascotes pa’ que no se vuele el glam, hay muñecos que representan todo aquello que queremos quemar. Hay brillo y pieles sintéticas que nos cobijan, pero sobre todo muchos abrazos de reencuentro: ésta es la extravagancia, el yiroteo y la resistencia antirrepresiva. Somos una pequeña multitud orgushosa y cagada de frío. Las calles bien cortadas, el viento que te pega una trompada en la cara, y las pelvis que se redondean con la música que dj transa mete y mete: aunque Madonna nos gusta, la grasada “de que vengan los bomberos” nos vuelve locas. Estas son nuestras molotovs de shibré, dice la organización de Putos Mal, Malas como las Arañas, Varones Antipatriarcales, amigues y artistes autoconvocades. Estas son nuestras revueltas sensualas, aunque la gran mayoría aquí, lamentablemente, seguimos siendo cisexuales –no trans.
Nos amuchamos cerca del calor de las bandas. “Yo te amo” me recuerda que el punk en La Plata no muere nunca. Luego del tango de Rodrigo Peiretti, una performance drag villera: Milo está desnudísima y a la intemperie. Su cuerpo blanco bien iluminado espera ser vestido de pibe chorro. Marta de la Gente –una de las grandes voces que animan el encuentro, codo a codo con la flamante Andrea– le grita: “¡Gracias por ponerte en concha en 2 y 66, en plena zona roja de la ciudad, los vecinos que se creen los dueños de la vereda se la tienen que comer re doblada!”. Yo, trágica, sufro por esa piel tatuada que se pone colorada. Empieza a bardear a la Butler, la Beto, y la Diana pornoterrorista –de eso se trataba, de poner al descubierto a lo queer hegemónico– y emerge su Gaby villero que se entrega de cuerpo entero al público amoroso. “Hagan lo que quieran conmigo”, afirma el paquetero, y una vocecita dice que lo abrazaría, aunque otra con un mate se adelanta para calentarlo. El ritual de la quema nos ayuda a pelear la fresca. Entre los cables bajos que se crucifican por arriba de nuestras cabezas arden todos los roperos que nos quieren borrar: los vecinos mala onda, las razzias milicas, la Iglesia abominable y las inmobiliarias higienistas. Al fuego, y para que vuelvan a las cenizas. Y nuestros gritos, que exorcizan todo el odio en las espaldas.
Por allá, la feria de fanzines, el almacenero que entrega la última birra –porque Scioli no le permite más– mientras Ayelén, de la colectiva Malas como las Arañas, me ofrece el pequeño manual lgbt antirrepresivo. Se trata de un fanzine de bolsillo que otorga herramientas legales para enfrentar a la cana que no respeta la Ley de Identidad de Género: exigir que se trate a las personas tal como se autoperciben –aunque el cambio registral no esté efectivizado–, aclara los tipos detención y delito, cómo hacer un hábeas corpus si fuese necesario, y hasta explica distintas tomas de autodefensa.
En Nueva York, el día internacional del orgullo será soleado y en tanga, en La Plata, un 28 de junio, 45 años después, sigue siendo una resistencia extravagante contra la poli en la que meamos atrás del patrullero mientras el chorrito que nos moja las patas levanta una estela de vapor. Ya nos volveremos a ver en noviembre, sin peligro de neumonía, para recordar otro orgusho local.
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