lunes, 31 de marzo de 2014

La risa del chongo. Entrevista 28 de marzo


LA RISA DEL CHONGO

Las chicas de Temporada de chongos, programa de radio que sale los domingos de 22 a 24 en FM La Tribu, proponen el humor como modo de perpetuar la estirpe chongueril. Con nombres de guerra, de drags y de cotillón, Star, Rimmel y Rana te extienden tu carnet de chongo si te ven alguna chance.
¿Cómo viene este año Temporada de chongos?   
Star: Hay varios bloques nuevos, por ejemplo, uno donde se problematizan cuestiones como la misoginia, estereotipos de género, homo, lesbo y transfobia en la publicidad; otro que ironiza sobre la omnipotencia de la medicina alopática, fármacos y otras formas de control social. Queremos incluir más contenido sobre vegetarianismo...
Rimmel: Sí, hacemos activismo con humor. Nos pareció muy importante el tema de no enghettarnos para poder jugar con las identidades desde nuestra subjetividad y además para ironizar sobre estereotipos, heteronorma y también lesbonorma.
Rana: También las identidades y la manera en que se cristalizan y se recristalizan...
Rimmel: Lo que hacemos en el programa es jugar, ironizar y mezclar lo que aparentemente es agua y aceite. Creemos que no hay que creer en las identidades; desde el humor y el lenguaje inventamos nuevas categorías utilizando muchas veces la ridiculez como modo de ruptura.
¿Cómo se llevan con el término butch?
Rana: No me molesta el término butch cuando se usa en los lugares en que corresponde: o sea, donde se hable inglés. En general, no me gusta la universalización de los términos en inglés, sobre todo si no suma nada. La palabra “butch” no significa nada que no signifique chongo. Inclusive me parece que las connotaciones de la palabra “chongo” (y no chonga) son mucho más interesantes. Chongo soy yo como “lesbiana masculina”, el puto que parodia la hipermasculinidad, el pibe heterosexual cuando alguien se refiere a él como objeto sexual. “Chongo” tiene esta polisemia, y además sonoramente es muchísimo más cómica. Refleja la idiosincrasia de nuestra comunidad; aunque te lo digo poniéndome bien en vieja chota, porque sé que esto cambia vertiginosamente. Y entonces ¿qué es lo que les parece más potente de su propia chonguez?
Rana: Creo que dentro del derecho a la identidad está el derecho a que nadie te exija conservarla. Para mí lo interesante de decir que soy chongo está justamente en que soy un chongo díscolo. No soy una mujer que respete los parámetros de la feminidad, pero tampoco soy un chongo que cumpla adecuadamente con las leyes de la chonguez. Para mina soy demasiado wachín y para chongo soy demasiado puto.
Rimmel: Me gusta pensar que transgredir el género es posicionarse en la asíntota de la campana de Gauss. Salir de lo obvio. Lo normal es algo espantoso que no sé por qué está sobrevalorado. Lo mío es el oxímoron de género condensado a través de mi sobrenombre: Chongo con Rimmel. Y si tengo que elegir entre mear dentro o fuera del tarro, prefiero mear en el límite y salpicar para los dos lados (risas).
Rana: A mí me parece disruptivo el hecho de “confundir”. Cuando me ven y no saben en qué casillero ponerme, cuando me dicen “señor” y después se disculpan, es que la gente ve todo tan Rosa y Celeste... ¡parece el nombre de una pareja de tortas! (Risas.)
Star: Para mí es más un juego, está claro que no soy una lesbiana “femme” en el sentido tradicional, pero además jugamos todo el tiempo con diferentes modelos de “chongo”.
Rana: Yo no necesito masculinizarme para ser percibida como “poco femenina” y ahí está para mí lo potente y subversivo: para “masculinizarse” alcanza y sobra con no feminizarse.

Bomberas voluntarias. nota 28 de marzo

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VIERNES, 28 DE MARZO DE 2014

BOMBERAS VOLUNTARIAS

Butch, bombero, chongo, tortón patrio son algunas de las palabras para nombrar a lo largo de la historia y del planeta a esa lesbiana que salta a la vista. Acusadas de machonas y machistas, veneradas por haberle puesto el cuerpo (muchas veces peludo) a las luchas lgbtt, aquí una breve historia de la bestia peluda, sin pelos en la lengua.

 Por Magdalena De Santo
¿Qué es ser butch hoy? Una especie de lesbianismo con patas peludas que pone en evidencia el estereotipo de una configuración anacrónica: hombruna. Convertida en foránea del género, conserva su carnet que registra mujer pero que no agrega en ningún otro cuadradito “masculina”. Champú dos en uno, la chonga es muy codiciada. Gorda linda dadora de amor. O atleta veloz con unos tubos que te desarma. Bombero que prende fuego. A su vez, acusada de poco feminista o queer colonizada: “reproductora de la lógica hétero”, “perpetradora de roles estancos”, “un tipo que no se asume”. Y, así, rápidamente catalogada como proto-trans, ex mujer que se convierte en una gendarme de las fronteras sexuales. Y las fronteras de la edad: Las bomberos tienen tantos años que ya nadie se acuerda y “hoy por hoy, las lesbianas butch somos mayoritariamente mayores de 35 años”, comenta la activista Fabi Tron. Ser butch es ser la Pepa Gaitán, asesinada de un escopetazo como a un perro, dijo su mamá. Deshumanizada. Una nada, un silencio. O sí, una marca indeleble de la lesbofobia nacional. Si es butch es por pobre y no informada: ¿Y si no sabés que podrías transicionar? ¿Si la aplicación de una ley de avanzada no llegó a tu barrio y apenas tenés una amiga barra brava de la xeneize? Pobre. Pobre, Raulito. Pobre, bombero. Tan seco, tan serio, tan de lengua dura. Parte del debate actual que se enfrentan las tortas más masculinas es la lucha de fronteras que existe con la comunidad de varones trans. Así como algunas lesbofeministas les achacan a las lesbianas butch su afinidad con la masculinidad patriarcal, algunas lesbianas masculinas le endilgan al colectivo trans la traición a la causa lesbiana. Esto confirma que las categorías de género transcurren, pero transcurren en un campo de batalla.

Había una vez en buchylandia...

Corren los años ’50. Sandy, en un bar de Búfalo, Nueva York, prende el cigarro a su compañera. Luce traje, corbata, zapatos y gomina. Corteja con una caballerosidad elvispreslésbica a la fémina pin-up. Introduce dos monedas en la rockola y envuelta en el sopor del whisky y el humo explica: “No hago esto porque estoy fingiendo. Es mi forma de ser. Y me imagino que si una chica se siente atraída por mí, lo está por lo que soy”, escriben Kennedy y Davis en su libro Boots of Leather.
Los elaborados códigos de la subcultura butch-femme significaron en la Norteamérica profunda de los años ’50 la visibilidad emergente de un deseo complejo y activo entre mujeres –que distaba de la amistad romántica decimonónica con tintes asexuales–. La torta hipermasculina, de hecho, otorgó una fuerte visibilidad al lesbianismo sexuado y también a su estereotipo: la mítica lesbiana varonil. Butch es un término propio de una subcultura popular norteamericana no ilustrada. Viene de butcher, carnicero. Cucarda de masculinidad obtenida en la repartición de carne suburbana.

Buches de chonguez

Desde personas heterosexuales como Eulalia Ares –que utilizó ropas de varón para tomar el gobierno de Catamarca en 1862– hasta Alexis Tobarda –el que apareció en tantas notas como “primer varón embarazado de la Argentina”– comprometen distintos tipos de masculinidades inesperadas.
Pero cuando hablamos de butch estamos hablando de uno de los géneros lesbiano. Merrill Mushoroom define a la butch como aquella que desempeña el rol activo dentro de la pareja lésbica. Y las divide en dos subgrupos. La drag butch, que tiene el aspecto de un hombre heterosexual en su ropa y estilo, y la stone butch, que no permite que su compañera sexual la toque: la impenetrable diamante que goza con el placer infinito que le proporciona a su femme.
Lo cierto es que hay todo un abanico de modalidades butch. Tal como retoma Fabiana Tron, activista butch de nuestro país, de la propuesta de Gayle Rubin:
“Diferimos en cómo nos relacionamos con nuestros cuerpos de ‘mujer’. Algunas nos sentimos cómodas estando embarazadas y teniendo hijos; para otras el solo pensar en el componente femenino subyacente de la reproducción mamífera es totalmente repugnante. Algunas disfrutamos con nuestros pechos, mientras que otras los desprecian. Algunas butches ocultan sus genitales y otras rechazan la penetración. Algunas butches están perfectamente contentas en sus cuerpos femeninos, mientras que otras pueden estar en el límite de convertirse en transexuales”.

Hasta que llegó el lesbofeminismo...

El surgimiento del feminismo lesbiano en la década del ’70 permitió, entre otras cosas, que algunas mujeres plantearan preguntas sobre la coherencia entre sexo y política. Las derivaciones de esas discusiones llegaron a establecer un ideal de sexualidad menos fija que la tipificada en los roles activo/pasivo, masculino/femenino. Lógicamente, el par butch-femme cayó en la volteada y se lo analizó en términos de perpetración de desigualdades. La acusación más habitual, que hoy tiene sus ecos, es la de repetir la fijeza que el escenario heterosexual impone. Así, algunos lesbofeminismos vieron en la butch una mala copia del varón opresor. (Aunque perdió de vista que a, diferencia del hétero-macho, la stone butch se desvive por darle placer a su femme.)
La película Mujer contra mujer retrata, en su segundo microepisodio, ese momento histórico donde lesbianas universitarias se burlan de las chicas-chico. Fervientes detractoras de la masculinidad en general, humillan a una stone butch obligándola a vestirse con una camisola hippie, soltarse el pelo y dar explicaciones de su conducta masculina. La novela Stone Butch Blue, de Leslie Feinberg, también muestra esa coyuntura en la que feministas lesbianas son fervientes censoras del par butch-femme.
Fue entonces que, ante la visibilidad de violencias que sufrían las lesbianas, comenzó una lectura muy poco afirmativa de la butch: una reacción, una defensa e incluso una autoimposición. En ese sentido, la teórica lesbofeminista negra Audre Lorde reconoce: “Para aguantarnos el mal tiempo, tuvimos que hacernos de piedra”. Y posteriormente, en la década del ’90, las ramas separatistas del lesbofeminismo radical (estoy hablando de la hereje Sheila Jeffreys) remata que la butch stone no es otra cosa que “lesbofobia internalizada y odio a una misma”.
Pero no hay que perder de vista que las identificaciones con la masculinidad son mucho más traviesas que el correlato con el nacido varón heterosexual. En esa línea, la corriente prosexo del feminismo, las BDSM, el feminismo poscolonial y luego el actual movimiento queer denuncia que la sexualidad está atravesada por ciertos patrones culturales específicos de formación de deseos: que masculinidad no es sinónimo del pito malevo y que el sexo vainilla entre mujeres “iguales” es otro de los clichés prescriptivos de una cultura blancuzca. La audaz poeta lesbiana Cherríe Moraga dispara: “Lo que necesito explorar no lo encontré en el dormitorio de la lesbiana feminista”.

Mi bombero, mi tortón patrio

En el Río de la Plata, también por los años ’50, teníamos otro laburante lesbiano, el bombero, campito semántico en el que algunas feministas universitarias no recuerdan haber estacionado. Tenía una muy alta carga peyorativa. “Las más jóvenes no conocieron el viejo estilo de roles en el ambiente lésbico. Era completamente opresivo, rígido, validaba situaciones de abuso e incluso violaciones. El feminismo de alguna manera logró ir filtrando aquel ambiente y modificándolo”, recuerda Adriana Carrasco, co-editora de los míticos Cuadernos de Existencia Lesbiana.
No contamos con publicaciones que recojan la genealogía del término, a duras penas esbozos militantes que se reconocen en ese lote. Entre ellas, algunas lesbianas de clase popular o “cucarachas” que sólo se las veía después de las dos de la matina– llegaban a asumir “bombero” como una broma autorreferencial. En efecto, la periodista Martha Ferro –aquella que se homenajearía en la película Tinta Roja y María Moreno describiría como la que andaba vestida de Trotsky, a veces de Colón– se llamaba a sí misma “bombero de agua tibia”.
Pero entonces, ¿cómo llegamos a abrazar el término butch? “Es un término importado por la militancia LGBT que se impuso recién a comienzos de los ’90 en nuestro país. El término butch empezó a pegar más fuerte –me parece– en la época de Lesbianas a la Vista y desde allí pasó al movimiento LGBT y a Las Lunas, que lo trabajaron teóricamente. Cuando empecé a frecuentar boliches (1985, boliche Confusión, en la entonces avenida Canning y Costa Rica) sólo se usaba el término bombero. Como Las Lunas, aparte del grupo cerrado, ofrecía actividades abiertas a todas las lesbianas (en rigor, a todas las mujeres) y había mucho movimiento, mucha concurrencia, tengo la impresión de que fue la gran ventana de salida del término a los boliches y a otros espacios de lesbianas. Recién entonces el término bombero cayó en desuso. Un camino parecido al del término closet (que me niego rotundamente a usar por colonial; para eso tenemos nuestros armarios y roperos)”, continúa Adriana.
Actualmente, al menos hay tres boliches porteños de ambiente –con respectivas distancias de clase y franja etaria– que se desentienden del término butch, pero que encarnan distintos cuerpos deseables. En Boedo, al histórico Marlene van las más viejardas de camisa abierta y mentón en alto. Al de tesitura fronteriza –musical o españolizado– Bach hay ensalada de chongo (te pueden empujar feo por mirar una novia, podés llevarte algunos besos cómplices o ser expulsada por las fuerzas de seguridad). Pero en Cerrito Mix, en el microcentro, la cumbia cabeza y el amor explotan. Ahí está el pueblo y alguna desquiciada con gorrita te puede hacer vibrar.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Pequeño diccionario de usos y malas costumbres. nota 7 de marzo

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VIERNES, 7 DE MARZO DE 2014
¡PARA COLOREAR!


Pequeño diccionario de usos y malas costumbres


 Por Magdalena de Santo y otras autoras
Uno de los tajos que marcan la subjetividad de mujeres son los vituperios asociados a la vulva. Aquí un adelanto de un diccionario del mal pensar y peor decir rioplatense y alrededores.
Concha: Nombre de tradición española que alude en forma cariñosa a una mujer llamada Concepción. También, cubierta dura que protege a los moluscos. De allí, no se entiende cómo, deviene Conchuda/o: Persona malvada y cruel.
Conchita: Odontólogo asesino de suegra-esposa-hijas. El diminutivo, que iría en desmedro de su virilidad, justificaría el asesinato y si bien no lo salva de la cárcel lo convierte en líder de los presos y otros que andan sueltos.
La ... tuya: Desprecio a la alteridad.
La ... de la lora: Sitio tan lejano como inexistente, que supone el expendio de una fortuna si se va en taxi y un despilfarre de millas si se intentara llegar en avión. Al sitio se le atribuye, como al Triángulo de la Bermuda, cierta propiedad de tragarse lo que no es suyo; algunos agregan que se debe a su propiedad de dentada y otros coinciden en que se trataría del mismo predio donde el diablo suele perder el poncho. Suponemos que su geografía es de una tupida maleza verde con zonas cavernosas a la que se llega por castigo.
La de tu madre (Andate a la c... de): Invitación a que una persona retorne al seno materno y preferentemente no nazca. También, Andate a la re concha de tu madre, o bien, en el conurbano, la abreviación Concha’tumá.
La de tu hermana (Andate a la c... de): Invitación similar a la precedente que conlleva un respeto hacia la madre del insultado o la intención de.
Concha tenías que ser: Gritos del señor del Peugeot 505. Homologación del miembro sexual con la ineficiencia al volante.
C... peluda: Aseveración muy verdadera. No obstante, existen casos lampiños resultado de una trabajosa sesión depilatoria. Concepto asociado: Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes. (Metáfora campera que sugiere que el vello púbico tiene facultades hercúleas y pretende justificar la explotación femenina. Heterosexismo que animaliza a la humanidad al mismo tiempo que desconoce la zoofilia de la llanura.)
Lavátela conchampú (o andá a lavarte la c...): Imperativo que supone la esencial pestilencia del órgano. En el mismo sentido, pero más elegante, se exclama en las zonas de Olivos y San Isidro: Perfumátela conchanel. Un poco más complejas son las indicaciones Bailátela conchacarera de lxs santiagueñxs, bailátela concharleston de lxs más viajadxs, o caminátela conchancleta de lxs desocupadxs. Sin embargo, Chupátela conchampán es una proclama menemista específica: realizar sexo oral mientras se degusta una pizza.
Concheta: Mixtura de concha con teta. Refiere a las mujeres que reúnen en su personalidad estereotípicos rasgos de clase alta o, al menos, que lo intentan.
Cara de c...: Semblante de molusco. Inexpresiva, seria, severa. Contraria a la alegría risueña que se espera de la mujer gentil y beata.

El tabú no es pro. Nota 21 de febrero

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VIERNES, 21 DE FEBRERO DE 2014        

El tabú no es pro

Con un tono alejado del arcaico manual de biología y después de haber sobrevivido a la embestida de la Iglesia, emerge Chau Tabú, la web del Gobierno de la Ciudad que, sin haberse sacudido del todo omisiones y estereotipos que perduran, suma algunos puntos a favor del respeto por la diversidad.
 Por Magdalena De Santo
Chau Tabú es la nueva plataforma virtual de educación salud sexual y reproductiva que impulsa la Vicejefatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, específicamente la Dirección General de Políticas de Juventud. Dirigida a niñxs y adolescentes, tiene como propósito brindar información sobre métodos anticonceptivos, VIH/sida, HPV, profilaxis, orientaciones sexuales, diversidad de género y derechos vinculados especialmente con las violencias de género y abusos infantiles. Ante la visibilidad sexual que promueve el portal, la Iglesia salió a dar batalla pocos días después de su lanzamiento. Ocurrió lo inesperado: el clero disparó contra el gesto progresista del PRO.
La Red Federal de Familias repudió enérgicamente la iniciativa “por su gravedad y por la corrupción moral de las futuras generaciones”; la organización Hacerse Oír estimuló a que se replique una carta estándar dirigida a M. E. Vidal titulada “Protesto contra Chau Tabú”, que exhorta a dar de baja el sitio, “ya que la prevención verdaderamente eficaz requiere cambios de conducta: la promoción de la abstinencia hasta el matrimonio y la fidelidad”. Como corolario, días atrás el consorcio de Médicos Católicos de Buenos Aires se sumó a las objeciones amparándose en sus saberes medievales y exigió que: “Algún fiscal de la Justicia nacional o de la Ciudad solicite la interrupción de este programa e inicie una causa penal contra las autoridades de la Ciudad por incurrir en el delito mencionado en el artículo 125 del Código Penal sobre ‘corrupción de menores’ o en el artículo 128”.
Si a Macri lo mete preso la Santa Iglesia Católica por corrupción de menores, este año –no tengo dudas– devengo rubia. Más allá de esta barahúnda anacrónica –pero persistente–, es cierto que Chau Tabú se afirma en una impronta muy teen. Con ánimos de interpelar más extendidamente que un clásico manual de biología –y con la información laica que la Ley de Educación Sexual Integral aprobada en 2006 garantiza–, su característica central parece ser el tratamiento desacartonado y desenfadado: la desfachatez parece ser la clave que puede honrar su nombre y darle sarna al católico retro.
El programa ofrece “info” en un ping pong de preguntas y respuestas; un consultorio online a cargo de médicos con la intención de que personas puedan pedir asesoramiento de manera anónima; cuadros comparativos con variados métodos anticonceptivos; un mapa interactivo, y “tips” del día. También, en la pestaña “A mí me pasó” se exponen relatos –un tanto moralizantes– de mujeres golpeadas por sus novios, embarazos adolescentes con final feliz y la experiencia de un chico gay que narra su salida del armario con aquelarre materno incluido: “Ella trató de golpear al chico que estaba conmigo, quería denunciarlo a la policía, me amenazaba para que no me encontrara más con él. Con el tiempo mi familia entendió que mi orientación sexual era parte de mi vida”. Allí, a los jóvenes trans, intersex, lesbianas y bisexuales nunca les pasó nada. O quizá se convirtieron en los prófugos del confesionario del yo sexuado. Aquí, al menos, no están.
El plato pedagógico fuerte de Chau Tabú son unos dibujitos animados que acompañan los textos: se trazan en microfibra órganos sexuales con explicaciones muy elocuentes. Aunque la voz intenta dar cuenta de identidades trans e intersexuales, los ovarios siguen siendo cosa de mujeres. Otro tanto respecto del clítoris, “un órgano difícil de encontrar” (¿para quién?) en el que “se encuentra una gran cantidad de terminaciones nerviosas, que lo convierten en una de las partes eróticas más sensibles del cuerpo de la mujer”. Hablar de la pequeñez del clítoris es tautológico cuando se omite la diagnosticada clitoromegalia, se ignora su prepucio y su glande, sus variaciones de tamaño y su longitud total –no sólo el botón visible–; cuando se calla que el clítoris es el órgano con más terminaciones nerviosas de cualquier cuerpo –no sólo de mujeres–, eréctil y que su función única, improductivamente anticapitalista, es dar placer. Y si se trata de los placeres, del órgano que culmina el aparato digestivo, el que no pertenece al reproductivo, del ano sexuado, tampoco tenemos dibujito. La relevancia de ciertos órganos, sus representaciones animadas y su sanidad confirman que algunas partes del cuerpo, de algunos cuerpos, siguen valuándose más que otras. Y que algunos tabúes siguen siendo marca inaugural de nuestro Occidente falo-cristiano.